miércoles, 30 de diciembre de 2009

Garimpeiros



Tomado de.
http://banhoffzoo.blogspot.com/2009/12/208-garimpeiros.html


Dijo algo así como "Garimpeiros, brasileños bastardos..." y giró la cabeza para perderles de vista. Fue en septiembre de 2006 cuando yo surcaba el Maroni en busca de pistas sobre un caso imposible de concluir. Danny, el patrón de la pequeña embarcación en la que ahora viajaba, había accedido a transportarme a cambio de una cantidad de euros, no recuerdo cuántos, seguro que no demasiados. Era un viaje de tres días desde la desembocadura del río hasta la ciudad de Benzdorf, navegando la frontera natural que separa al Surinam de la Guayana Francesa.

Aquel escenario de puerto-frontera es uno de los lugares más sugerentes que he visitado. Escribí algo entonces sobre el último puerto del mundo, Hermann Melville, Macqroll el Gaviero y Joseph Conrad. En el muelle de Albina, donde pacté mi viaje con Danny, una familia de laosianos hmong regentaba un colmado en el que los negros (descendientes de esclavos cimarrones) se aprovisionaban para sus viajes por el río. Sonaba reggae sobre la plataforma, fumaban marihuana en pequeños grupos, bebían cerveza y en aquel puerto brumoso a primera hora de la mañana podía nacer cualquier novela.

Muy de vez en cuando, durante el tiempo que estuve esperando a que Danny soltase amarras, apareció en el muelle algún brasileño de cara tostada, gorra y camiseta de tirantes. Quizás el recuerdo me condicione, pero guardo la sensación de un aire de hostilidad evidente incluso para mí, una incomunicación total por lo menos, el aislamiento de un hombre que ha llegado a un puerto literario del que no puede escapar.

Los brasileños en el río Maroni son todos garimpeiros, miserables buscadores de oro que remueven el lecho del río día tras día, arriba y abajo, a bordo de unas barcazas en las que duermen, esperan, malviven en busca de un poco de fortuna que en el mejor de los casos les reportará unos beneficios de chiste. Son una colonia cerrada, no hablan el criollo de los maroons, ni holandés ni francés ni falta que les hace. Viajan río arriba y río abajo entre las maldiciones del resto de marineros, que odian profundamente a los garimpeiros.

Todo este cuadro me ha vuelto hoy a la memoria, un día antes de que acabe el año, durante mi ronda matutina por los periódicos de mi atlas sentimental. Ojeaba el Globo con el habitual hastío de estas fechas provocado por el recuerdo de lo más leído en el año, lo más votado por los lectores, listas e imágenes que se repiten hasta la saciedad en todos los diarios. Y entre todas ellas, el brillo familiar del puerto de Albina. Finalmente había ocurrido la tragedia que llevaba tres años gestándose en mi imaginación.

Alison Aliveira, un brasileño que hoy se encuentra en paradero desconocido, trató de cobrar una deuda a Wilson Apensa, negro ndyuka con pasaporte del Surinam. Parece que éste se negó y entonces Aliveira le apuñaló hasta la muerte, hurgando con su navaja en las heridas infectas de aquella frontera. Primero se supo que ambos eran socios en el negocio de la inmigración ilegal:
introducían a brasileños en la Guayana Francesa a través del río. Después, sin apenas transición, llegó lo peor.El odio racial acumulado en los últimos años se desbordó finalmente. Hudo Den Boer, profesor holandés que trabaja en Albina, fue uno de los testigos:
"De repente vi personas que conocía, vecinos simpáticos, corriendo con machetes y destruyéndolo todo. Llevé a la policía a un pequeño grupo de mujeres brasileñas que habían sido violadas y que estaban completamente desamparadas. A un conocido mío, de nacionalidad china, le destrozaron la tienda".


La masa descontrolada arrasó los campamentos donde los brasileños pronto iban a dormir otra triste nochebuena, ya era oscuro y el brillo de los cuchillos se repetía en cada esquina, las mesas, la ropa, los colchones, todo volaba por los aires, a Reginaldo Viana le abrieron la cabeza y más de veinte mujeres fueron violadas. Los supervivientes juran que hubo muertos, que ellos vieron con sus ojos cómo se deshacían de los cadáveres en el río, y desaparecidos, incendios y abusos atroces, pero todavía no se ha encontrado ningún cuerpo y aquel brasileño que no cobró su deuda también sigue desaparecido. ¿Cómo pudo pasar? se preguntan los más idiotas. Cómo no iba a pasar algo semejante en aquel puerto donde varios grupos luchan por un puñado de miseria. ¿Cuántos episodios igual de salvajes ocurren cada día en otros lugares como Albina? Tantos... y todos pasan desapercibidos. Es el poder amplificante-mitificador de las fronteras.


Hoy las Fuerzas Aéreas de Brasil siguen repatriando a los brasileños que prefieran regresar a su país. Hay varios hospitalizados en Paramaribo y otros que permanecen en Albina. Los medios de comunicación brasileños editorializan sobre el tema tocando la fibra nacionalista y ya leo aquello del "esto no se puede permitir" y otros blablabla.


Todos, ellos y nosotros, somos unos perfectos hipócritas. Nunca nos importó la suerte que llevó a miles de brasileños al otro lado de los Tumuc-Humac ni nos importa realmente lo que ocurra en las otras Albinas que quedan lejos de las fronteras y los titulares. Por lo menos el gobierno chino es más coherente: no dedicará una sola línea a llorar el destino de sus súbditos sobrantes. En 2010 las víctimas seguirán siendo las víctimas... Y yo brindaré en la medianoche deseando un próspero año nuevo.

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